Deep Tech: la encrucijada valenciana


Salvador Coll Arnau. Vicerrector de Innovación y Transferencia de la UPV
La Comunitat Valenciana observa cómo la carrera mundial por el Deep Tech (la franja de innovación donde convergen fotónica de última generación, microchips especializados, bioingeniería avanzada y energías sostenibles) se acelera a un ritmo que amenaza con dejarnos en la cuneta: Francia ya supera los 5.000 millones de euros invertidos y Alemania roza los 5.400 millones, mientras que España ni siquiera alcanza los 1.000 millones en el periodo 2018-23. Pero estas cifras no reflejan el potencial real de nuestro territorio; apenas insinúan la oportunidad latente de convertir conocimiento en nueva industria.
Sin embargo, a orillas del Mediterráneo late un ecosistema dispuesto a desafiar esa estadística. La Universitat Politècnica de València (UPV), primera tecnológica española en el ranking de Shanghái, acaba de firmar su mejor año histórico en patentes y spin-offs. En sus tres campus reúne un talento que desarrolla, bajo un mismo techo, sensores biomédicos de alta precisión, circuitos fotónicos reconfigurables, nuevos materiales funcionales y sistemas de propulsión verde. A ello suma programas internos que financian la transición del laboratorio al mercado y una red creciente de spin-offs que atrae capital internacional sin renunciar al arraigo local. Si la Comunitat Valenciana decide apostar por la economía profunda, esta universidad posee la masa crítica, la infraestructura y la cultura emprendedora necesarias para convertir la ciencia de frontera en la próxima ola de crecimiento regional.
¿Podemos, de verdad, liderar la próxima frontera o seguiremos a rebufo?
Los incrédulos recuerdan que la Comunitat parte con menos capital late-stage que París o Berlín y sin un gigante industrial tractor. Alegan que cuando una spin-off valenciana necesita treinta millones, su pasaporte acaba sellado en Boston o Shenzhen. ¿De qué sirve, preguntan, ser un vivero de ideas si terminamos regalando el fruto?
Pero la historia de la innovación ofrece otra lección: los territorios que se atreven a fijar metas improbables (Massachusetts con la biotecnología en los noventa, Eindhoven con los semiconductores y el diseño electrónico en los dos mil) son los que escriben las reglas. ¿Y si la Comunitat pudiera convertirse en el próximo caso de manual?
Tres retos que decidirán el partido
El primero es la financiación valiente. La ciencia profunda no sobrevive con microcréditos; necesita cheques de 10 a 30 millones de euros antes de facturar un euro. O articulamos un fondo autonómico que acompañe a nuestras empresas cuando el riesgo se vuelve serio, o aceptamos que se marchen allí donde ese dinero fluye.
El segundo pasa por la soberanía tecnológica. Cada algoritmo entrenado en nubes ajenas erosiona un pellizco de autonomía. Apostar por infraestructuras propias (desde plantas piloto para integración fotónica hasta bancos de pruebas cuánticos) será tan decisivo como lo fueron los puertos y ferrocarriles en la primera revolución industrial.
El tercero se llama impacto arraigado. Vender una patente concede liquidez inmediata; licenciarla en exclusiva suele equivaler a perderla a cámara lenta. Necesitamos fórmulas intermedias que permitan a las start-ups crecer sin deslocalizar el valor añadido: cláusulas de reversión; compras públicas precomerciales, por ejemplo lograr que un hospital valenciano sea el primer cliente de un nuevo dispositivo biomédico; y coinversión público-privada.
El momento de las respuestas
El 26 de junio, en la jornada “El Deep Tech en las agendas de investigación e innovación”, estas cuestiones se pondrán sobre la mesa con la crudeza que merecen. La Generalitat y la UPV (con su potencia investigadora y su probado historial de llevar tecnología al mercado) debatirán con el experto Fayçal Hafied, autor de la primera radiografía nacional del Deep Tech, sobre vías de acción concretas. Tal vez descubramos que la “desventaja” no es excusa sino estímulo; que la mejor universidad tecnológica del país puede ser mucho más que proveedora de ingenieros y convertirse en corazón industrial de una nueva era; que un territorio sin gigantes puede crearlos si ciencia, capital y mercado avanzan en la misma dirección.
La Comunitat tiene ante sí una disyuntiva histórica: asumir que la ola del Deep Tech nos pasará por encima o aprender a surfearla en primera línea. Decidamos lo segundo y, dentro de una década, quizá hablemos de Valencia como hoy se habla de Grenoble o Eindhoven. La cuenta atrás empieza ya; la voz de quienes quieran moldear ese futuro se escuchará y, ojalá, actuará desde la UPV.

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