Innovación para recuperar nuestra biodiversidad agrícola
Maria Belén Picó. Investigadora Instituto Universitario de Conservación y Mejora de la Agrodiversidad Valenciana (COMAV) de la Universitat Politècnica de València
La agricultura es una actividad primaria esencial para nuestra alimentación presente y futura. Su práctica requiere conocimiento especializado y muchísima dedicación. Es una forma de vida y una oportunidad laboral para personas de todas las edades, impacta positivamente en el mantenimiento de la biodiversidad y contribuye a evitar la despoblación de las zonas rurales. Es muy vocacional y, en ocasiones, poco agradecida, con retornos económicos variables, muy dependientes de los cambios y alteraciones climáticas.
La investigación, la innovación y el desarrollo tecnológico, junto con el buen hacer de los agricultores, han sido muy importantes para mejorar el rendimiento de la actividad agrícola. Se han desarrollado sistemas mas eficientes de cultivo y variedades adaptadas a los mismos, más productivas y adecuadas para el transporte y la comercialización. La adecuación al transporte a larga distancia y la conservación tras la recolección han posibilitado el acceso a mercados lejanos, incrementando el retorno económico. La actividad agraria, como cualquier otra actividad, tiene un impacto sobre el medioambiente. El consumo de agua, el uso de fertilizantes y pesticidas, la huella de carbono asociada a la comercialización, se está adaptando en las nuevas prácticas agrícolas para minimizar este impacto. Para poder lograr el objetivo de cultivar con menor impacto, pero manteniendo la rentabilidad, una de las estrategias más eficientes es desarrollar variedades que puedan producir con menos riego, que no reduzcan su producción cuando se riegan con agua salinizada, para optimizar el empleo del agua y aprovechar recursos hídricos de menor calidad, que desarrollen polen viable y cuajen frutos a temperaturas más altas o bajas de lo habitual, adaptándose a los episodios de temperaturas anormales fuera de estación con las que nos estamos encontrando de forma cada vez más frecuente, que crezcan con menos fertilizantes y que resistan a las plagas y enfermedades que les afectan, para que no sean necesarios o puedan reducirse al mínimo los tratamientos fitosanitarios.
Y ahí entran la Genética, la Genómica, la Biotecnología. Los avances en estas disciplinas nos han permitido conocer qué genes están involucrados en la resistencia de las plantas al estrés hídrico, al estrés salino, al estrés térmico, a patógenos fúngicos o virales, a plagas, etc. y disponemos de herramientas que nos permiten de forma muy eficiente imitar a la naturaleza, seleccionando aquellas variedades que disponen de genes de interés y transfiriéndolos mediante cruzamientos controlados y selección genética a las variedades que queremos cultivar. Combinamos el conocimiento biológico con los avances en digitalización, análisis de imagen, drones para mejorar la eficiencia de la selección, etc.
Durante siglos, los agricultores de distintas zonas seleccionaron variedades por diferentes motivos, adaptación a condiciones específicas de zonas concretas, aprecio en los mercados locales por su calidad, etc.., la gran mayoría desaparecieron de las rutas comerciales, aunque no se perdieron, se conservaron en bancos de semillas, como el que tenemos en el Instituto Universitario de Investigación COMAV, de la UPV, que supone un reservorio de biodiversidad.
Esta biodiversidad agrícola es esencial para poder desarrollar nuevas variedades que puedan cultivarse en los nuevos sistemas agrarios de menor impacto ambiental. Como se seleccionaron antes de la globalización y de que las plagas y enfermedades se difundieran de sus zonas de origen, y no fueron mejoradas, no suelen ser resistentes a los patógenos que actualmente afectan a nuestros cultivos, y menos ahora en los frecuentes escenarios de cambios bruscos en las temperaturas y precipitaciones, donde se observan incrementos en la incidencia de virus, hongos y plagas en zonas donde anteriormente no eran comunes.
La innovación no está reñida con la tradición. En mi grupo de investigación hemos sido muy afortunados, contamos con financiación de los fondos Next Generation del PRTR y con el apoyo del Ministerio de Ciencia e Innovación y de la Generalitat Valenciana (Agroalnext 2022/025, y TED2021-132130B-I00/AEI/10.13039/501100011033/ Unión Europea NextGenerationEU/PRTR) y con fondos del programa de apoyo a grupos de excelencia del programa PROMETEO (2021/072) de la GVA, para innovar en la recuperación de esta biodiversidad agrícola en la familia de las cucurbitáceas (melón, pepino, sandía, calabazas, calabacines, etc.), desarrollando nuevas variedades que produzcan de forma rentable en sistemas sostenibles, más respetuosos con el medio.
No todas las variedades que experimentamos sirven para todos los sistemas y su recuperación no solo depende de la mejora genética, tienen que darse a conocer entre los agricultores y los consumidores. Un ejemplo es el melón serpiente o alficoz. Aunque parezca y sepa a pepino es un melón, no dulce, de color verde y forma serpenteada. Fue uno de los primeros tipos de melones en cultivarse en la península ibérica procedente de Asia, y fue muy popular hasta el siglo pasado en zonas del este, en Valencia, Alicante y Murcia, todavía lo es en el norte de África. No tengo nada contra el pepino, pero el alficoz es de sabor mas suave y no repite, tiene una forma divertida que puede despertar la curiosidad de los mas pequeños, que pueden comerlo con piel y directamente de la mata. Soporta bien la falta de agua y la salinidad, y, mejorado para la resistencia a virus y hongos, es una alternativa muy productiva. Es verdad que su forma irregular no es adecuada para envíos a distancia y que se oxida con los golpes, pero es una buena alternativa para cultivo de proximidad y mercados locales donde prime el sabor y el origen a la apariencia. Espero poder seguir trabajando para que en nuestros mercados podamos descubrir nuevos/viejos productos y los valoremos adecuadamente para potenciar el desarrollo de nuestros campos.