Pensamientos de secano

19/05/23

Marta Rivera

Marta Guadalupe Rivera Ferre, investigadora del Instituto INGENIO (CSIC-UPV)

Nos hacemos eco esta semana de un artículo de opinión de Marta Guadalupe Rivera Ferre, investigadora del Instituto INGENIO (CSIC-UPV), publicado en El Periódico el pasado 13 de mayo.

Estamos ante una de las mayores sequías vivida en las últimas décadas, y parece que no hayamos aprendido nada, no solo de los anteriores episodios de sequía, sino de toda la evidencia científica generada en este tiempo. Las sequías son un fenómeno recurrente y característico del clima Mediterráneo, que se ve agudizada con el cambio climático. Ahora son más frecuentes e intensas, y sus impactos son más graves en un contexto de incremento notable de las temperaturas. A pesar de saberlo, no hemos hecho los cambios necesarios para hacerle frente.

Necesitamos el agua para vivir, para beber y para comer. La producción de alimentos posiblemente sea el segundo uso directo más importante para el ser humano tras el agua de bebida. Los sectores agrícola y ganadero están en una situación crítica, las cosechas se pierden y el ganado no tiene agua. En este contexto, necesitamos parar, ver qué hemos hecho bien, qué hemos hecho mal, y tomar decisiones que tengan en cuenta todos los datos de los que disponemos. Entre otras cosas, debemos aprovechar esta sequía para replantearnos nuestro modelo alimentario. La respuesta no puede ser una huida hacia adelante, y modernizar (y expandir) el regadío es precisamente eso: poner parches para mantener un modelo que es en sí mismo parte del problema. Problema que la modernización del regadío no solo no resuelve, sino que a largo plazo acaba generando otros.

Los datos muestran que la infraestructuras de riego que buscan una mayor eficiencia en el uso del agua no llevan per se a una reducción efectiva de la demanda, y sí aumentan la superficie regada. La modernización del regadío desplaza a la pequeña producción, acelera el abandono y hace más vulnerables a los que la adoptan, ya que requiere de grandes inversiones y los hace dependientes del riego. Estas infraestructuras son además grandes consumidoras de energía no renovable y por tanto, emisoras de gases de efecto invernadero.

En definitiva, ¿no es el regadío una solución cortoplacista que incrementa nuestra vulnerabilidad futura? ¿Y no será que el modelo actual requiere de más agua de la que disponemos? ¿Qué regamos? Regamos variedades de frutales que necesitan más agua que los árboles a raíz desnuda que, plantados en invierno, ya no necesitaban agua hasta marzo; árboles que fueron arrancados para ser sustituidos por variedades más productivas, con mayor densidad de plantación, las que demandaba “el mercado”, y con ellos, desaparecieron los pequeños viveristas, la diversidad, y de paso, se hundieron los precios por sobreproducción. Regamos cultivos extensivos de secano, como el olivo o el almendro, que una vez intensificados, dependen del agua. Regamos unos suelos desnudos, muertos, incapaces de retener agua de lluvia tras décadas de sobreexplotación y uso excesivo de fertilizantes de síntesis. Regamos mangos, aguacates, fresas para exportar y cultivos como el maíz para alimentar un ganado que apenas verá la luz natural. Todo esto es lo que tenemos que pensar, y plantear la sequía como una oportunidad que nos permita hacer el cambio necesario en nuestro sistema alimentario hacia un modelo agroecológico, resiliente, que no requiere de esas grandes inversiones, sino de un cambio de mentalidad.

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